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PJ CON ENVIDO Y RETRUCO : El peronismo plantado en la nostalgia.

28 DE OCTUBRE DE 2025.- (Análisis) -Entre quienes festejaron el triunfo electoral de La Libertad Avanza (LLA) en casi todo el país hubo dos personajes notables: Donald Trump y Scott Bessent. No ligados, en principio, a los vaivenes de la política local, el presidente de los Estados Unidos y el equivalente a su ministro de Economía le pusieron así el sello de calidad a una victoria que ambos habían reclamado como condición para extender una ayuda adicional a la Argentina, dados sus evidentes problemas financieros.

El beneplácito de Trump y Bessent, sumado a la buena reacción de los mercados (con el desplome del riesgo país, la baja en la cotización del dólar y el repunte de las acciones y bonos argentinos), indica que la victoria del oficialismo se alinea con la necesidad de un reacomodamiento de la economía en una senda más tranquila, que conviene a todos: al gobierno estadounidense por razones geopolíticas, a los grandes empresarios argentinos porque detiene la sangría en sus ganancias, y a la gente de a pie porque el sostenimiento de la inflación en niveles bajos pone un freno a la licuación de los ya exiguos ingresos de las clases medias y bajas.

Hay quienes vieron en el apoyo del gobierno yanqui una explicación convincente del inesperado resultado electoral. Entre ellos está un personaje que quedó en el centro de la escena tanto en las elecciones legislativas bonaerenses de septiembre como en las nacionales de ahora: el propio gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Para el mandamás provincial, la intervención de Trump fue “determinante” en el triunfo libertario, aunque también desplegó una panoplia de explicaciones accesorias: el aumento en la participación, que implicó la afluencia a las urnas de simpatizantes mileístas, por ejemplo.

 En septiembre, ante la victoria peronista (que también fue bastante inesperada), Kicillof fue aclamado como el artífice de una jugada maestra que llevó adelante contra viento y marea, es decir, contra la resistencia de propios y ajenos, más marcadamente de los propios: el desdoblamiento electoral, que al adelantar los comicios le permitió al aparato bonaerense revalidar sus herramientas y ubicar a la provincia como bastión de una resistencia al modelo libertario. Le ganó así una mano a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que opinaba que era mejor que las elecciones se hicieran junto con las nacionales, como se hizo toda la vida.

Ahora, en octubre, las cartas se le dieron vuelta al bonaerense. La derrota del peronismo habilitó a quienes se oponían al desdoblamiento. “Cristina tenía razón”, apuntó, ni lerda ni perezosa, la intendenta de Quilmes, la cristinista Mayra Mendoza. Kicillof tuvo que salir a remarcar, en una entrevista televisiva, que la idea no fue mala, que los votos que sacó Fuerza Patria en esta ocasión son los mismos que obtuvo un mes y medio antes. Pero la bala entró.

Una cosa que Kicillof mencionó al pasar, pero en la que otros actores hicieron más hincapié, es el papel que jugaron los intendentes. Mejor dicho: el papel que juegan los intendentes, específicamente los intendentes peronistas, en cada elección. El 7 de septiembre ellos estaban especialmente interesados en no dejar que los concejos deliberantes se les llenaran de opositores, y salieron a las calles a apuntalar las campañas de sus candidatos a ediles; algunos de ellos se pusieron a sí mismos al tope de las listas locales, en lo que se conoce como “candidaturas testimoniales”, para asegurar los votos en sus respectivos distritos. Nada de eso ocurrió el 26 de octubre porque en los municipios no se jugaba ningún cargo.

El tema agitó la interna, por supuesto. Hay quienes deslizaron la sospecha de que la inactividad de los jefes comunales en esta última campaña fue más intencional que otra cosa. El intendente de Ezeiza, Gastón Granados, lo confirmó elípticamente cuando salió a enviar este mensaje a “los dirigentes nacionales”: “Tienen que entender que los intendentes somos los que tenemos los votos, los que damos los triunfos contundentes”. En cambio, el ensenadense Mario Secco salió a defender al bloque de los alcaldes kicillofistas. “Yo no mezquiné nada en la campaña. Otros sólo se dedican a hablar con los medios. Y se quieren limpiar el traste con nosotros”, dijo.

Lo cierto es que los intendentes tienen razones para estar enojados, y no es descabellado pensar en que buscaron hacer notar su fuerza, como un gremio que va al paro. Ocurre que ese sector tuvo nula representación en las listas de candidatos a diputados y senadores provinciales y también en la de aspirantes a diputados nacionales. Un ninguneo que se suma al naufragio del proyecto para volver a habilitar las reelecciones indefinidas de los jefes comunales en la Legislatura bonaerense, con el insulto añadido de que se presentó y aprobó, en momentos en que ellos reclamaban esto, una iniciativa parecida que daba el visto bueno para la reelección de todo el mundo menos de los intendentes.

Son razones parciales para explicar una derrota cuya magnitud reconoce causas más evidentes que ningún dirigente peronista gusta de traer a la luz. Lo que ocurre es que, frente a la debacle generada por el mileísmo en términos sociales, institucionales y económicos (sí, también económicos, algo que se verá claramente en los próximos meses y años), sencillamente no hay ninguna propuesta alternativa que el principal movimiento político del país pueda agitar como bandera. El peronismo tiene los pies firmemente plantados en la nostalgia, en la reivindicación de los buenos años del kirchnerismo, aquella “década ganada” a la que de alguna manera proponen volver, sin decir bien cómo.

El problema es que la “década ganada” ya quedó muy lejos. Buena parte de los votantes libertarios no llegaron a conocerla: nacieron en esa década pero crecieron cuando sus frutos ya se marchitaban, y no conocieron en su adolescencia más que una trayectoria descendente sin muchas posibilidades de futuro, al menos desde lo colectivo. No es de extrañar que busquen la salvación individual y apuesten por un movimiento político que no es estrictamente de mayorías, que reconoce bastante abiertamente que sus políticas dejan afuera a mucha gente pero que también abre el camino para que una combinación de suerte, tesón y entrega a las demandas del mercado se convierta en el boleto para el bienestar propio.

La izquierda, vale decirlo, hizo una muy buena elección, especialmente en la Capital Federal, donde el contraste con la gris administración de Jorge Macri puede haber influido para que el espacio rojo se llevara prácticamente uno de cada diez votos. El contraste no tiene que ver solamente con una cuestión de ideologías contrapuestas sino también con el hecho de que, a diferencia del peronismo, la izquierda sí tiene propuestas alternativas, que no son novedosas pero sí son claras. La mayoría de la gente, huelga decirlo, rechaza esas propuestas, pero ahí están. Y por eso también hay que señalar que la izquierda le sacó a Fuerza Patria una porción de los votos que suelen acompañar al peronismo.

En la provincia de Buenos Aires los votos colorados no fueron tantos: un 5%, la mitad que en CABA. Pero alcanzaron para negarle a Fuerza Patria lo que podría haber sido una victoria ajustada. Muy mala estrategia la del peronismo al salir, en los últimos días de la campaña, a apuntar contra la izquierda en lugar de contra la derecha, donde está el verdadero adversario.

Hace ya un tiempo, el gobernador Kicillof salió a proponer que el peronismo compusiera nuevas canciones. La partitura que está tocando, a ochenta años de su nacimiento, no suena nueva a los oídos de los votantes. De aquí a 2027 deberían surgir algunos acordes frescos para lograr esa posición de alternativa viable que hoy no se está viendo. O quizás haya que cantar con más fuerza la vieja canción de la izquierda

Sergio Stadius

Periodista en Gremios, Política. y Medios UBA - Ex jefe de Prensa del IRAM. Director Hurlingham en Movimiento y de Revista Líder.

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