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Raúl Alfonsín y las elecciones de 1983: «Nunca más una Argentina ajena»dijo en su discurso de cierre.

 

Hace 40 años, el dirigente radical ganaba la elección que implicó el regreso de la democracia. Su campaña, su armado y su liderazgo reflejaron un clima de época, con todo lo que implicaba el final de la dictadura más atroz.

Habían pasado 10 años, un mes y siete días desde que los argentinos no elegían por el voto a sus autoridades. Había pasado una dictadura sangrienta y atroz, con métodos que el mundo repudiaba. Había pasado una destrucción del aparato productivo, de la economía y un crecimiento importante de la deuda y la inflación. Había pasado una guerra que masacró a centenares de jóvenes. Habían pasado una larga pesadilla de miedo y silencio.

Aquel proceso electoral era producto del desgaste de las juntas militares que ocupaban el poder de facto en la Argentina, de las incipientes presiones sociales, políticas y sindicales, todo acelerado por la vergonzosa aventura bélica en Malvinas.

Todo era relativamente nuevo para una sociedad en la que ya casi no había sobrevivientes de haber vivido más de una década continúa de democracia.

Allí estaban las urnas. Esas que el dictador Leopoldo Galtieri había dicho estaban “bien guardadas”. Estaban de nuevo abiertas para volver a ejercer lo que tan pocas veces se había ejercido: los ciudadanos decidiendo libremente a sus representantes.

Era volver a votar pero a la vez era un acto fundacional. De hecho, un tercio de los empadronados nunca había elegido ni a un delegado de un centro vecinal.

El bipartidismo que había dominado casi todo el ajetreado siglo 20 en el país volvía a confrontar en las urnas con un vaticinio antagónico. Es que el peronismo desde su irrupción en 1945 jamás había perdido una elección en la que no haya estado proscripto y el radicalismo había hecho una campaña profesional, con el contenido ajustado a los tiempos, una selección institucional de candidatos y un liderazgo.

La figura de Raúl Alfonsín, sometida a los avatares de las lecturas históricas y que aún hoy ocupa un lugar en la agenda de discusión electoral, emergió fuerte en aquel 30 de octubre de 1983.

La campaña previa a esas elecciones se transformó en una pieza angular de un clima de época, que abarcó todos los ámbitos de la vida pública. Era mucho más que la discusión política.

Era una nueva etapa argentina, que tenía otra vez los espacios públicos llenos para escuchar a sus dirigentes. Era un interesante caleidoscopio de palabras, entre las que sobresalían claramente las de Alfonsín.

Era claro respecto a la revisión y el juzgamiento de los horrores de la dictadura que se iba, era amplio en su llamado a la unidad nacional con la evocación de los líderes de todos los espacios, era profundo en su arquitectura institucional con su rezo laico del preámbulo de la Constitución y trazaba un horizonte -en tiempos de la socialdemocracia en Europa- de darle contenido a los gobiernos elegidos por el voto popular. “Con la democracia se come, se cura y se educa”, era aquella síntesis, y a la vez el mandato completo 40 años después.

LA FIESTA
Aquel domingo, tal como lo contábamos en la edición de ayer de Número Cero, fue único en Argentina. Miles de ciudadanos de madrugada llenaron las calles para ir a las escuelas a organizar, controlar o participar de los comicios, con un entusiasmo y una participación que no se repitió.

Más del 85 por ciento de empadronados fueron a votar. Más de la mitad, casi el 52 por ciento, votó por los electores (había Colegio Electoral en aquel momento) de la fórmula de la UCR de Alfonsín y Víctor Martínez.

El peronismo perdió el invicto en elecciones sin proscripciones con el binomio Italo Lúder-Deolindo Bittel, que logró el 40 por ciento de los votos. No sólo su discurso estaba fuera de época sino que todo el armado de su oferta electoral no se correspondía al momento de participación democrática que llegaba para quedarse.

Aquellas fiestas cívicas de los actos de campaña de todos los espacios políticos tuvieron el corolario en la noche de aquel domingo, donde hubo que esperar hasta que estuviera bien entrada la noche por lo precario de la transmisión de datos para una celebración que excedió largamente a los radicales ganadores. La sociedad estaba de fiesta en aquel 30 de octubre que había empezado mucho antes de amanecer y llenaba a la medianoche las calles de banderas y alborozo.

EL PLANISFERIO INVERTIDO
Uno de los biográfos de Alfonsín, Pablo Gerchunoff, recuerda el cuadro regalado por un edecán y que el líder sindical exhibía con orgullo, El planisferio invertido, que le da nombre a su libro.

Y en esa obra, Gerchonoff resume la figura de Alfonsín y la gesta de 1983: “El norte está en el sur, el sur está en el norte, Argentina en el centro del mundo. Era el símbolo de la pasión política, de la voluntad política que Alfonsín ya no podría ejercer: la realidad puede cambiarse, puede darse vuelta; el peronismo puede perder; la plaza de Mayo puede ser vista desde el Cabildo, y no desde la Casa Rosada; la Capital Federal podría mudarse; el sistema político, mutar por obra de esa voluntad; la democracia, curar y educar. Así fueron las cosas. Muchas veces la voluntad falló, o se equivocó, pero nunca cedió, precisamente porque estaba guiada por la pasión”.

Sergio Stadius

Periodista en Gremios, Política. y Medios UBA - Ex jefe de Prensa del IRAM. Director Hurlingham en Movimiento y de Revista Líder.

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